viernes, 4 de diciembre de 2009

In Memoriam






Carta de mi hijo Aitor a su abuelo, leída en la iglesia días después de su funeral. Murió para este mundo el 18-05-09.

Mi abuelo fue un buen abuelo, en realidad mi abuelo fue el mejor abuelo del mundo.

Él fue el que me enseñó a reír, a reírme de verdad. Disfrutábamos todos con él, pero a mí me quería de forma especial, porque yo fui su primer nieto y podía compartir conmigo cosas de mayores, aunque a veces se comportaba como un niño. La última vez que me llamó por teléfono fue para avisarme de un partido de tenis, era tardísimo y estábamos todos en la cama, pero no quería que me perdiera a Rafa Nadal.

Con él supe lo que era la libertad, porque me llevaba al pueblo y allí durante dos meses al año podía hacer las cosas que se hacen en los pueblos sin los padres por detrás. Me arreglaba las bicis descacharradas y los pinchazos de los veranos.

Mi abuelo fue un buen abuelo, en realidad mi abuelo fue el mejor abuelo que me podía tocar.

Él fue el que me enseño a poner en su justo orden cosas como la adversidad, el dolor y las posesiones y todo ello sin hablar, porque yo tenía un abuelo que con un millón de pesetas (seis mil €) en el banco, pensaba que era millonario y además se lo creía y es que además tenía razón. Porque fue millonario en todo lo que a mí me importa y es que por eso mi abuelo fue un buen abuelo, en realidad mi abuelo fue el mejor abuelo que Dios me pudo dar.

Cuando se hizo mayor, perdió bastante la vista y tuvo que vender el coche porque no se encontraba seguro al volante, sino él me hubiera enseñado a conducir porque mi abuelo, si todavía alguien no lo sabe, era taxista.

Ya no le puedo ver, ya no le puedo escuchar, pero estoy seguro que nunca dejaré de sentirle en mi corazón como ahora me pasa aunque sin tanto dolor, porque el dolor no me deja ser como le gustaba que yo fuera.

Ahora está en un cielo nuevo y en una tierra nueva, esperando que le cuente como me fue el entrenamiento de tenis y reírse un rato contando chistes, manchándose la cara con la comida y poniéndosele la nariz toda roja de tanta risotada.

Por eso sé, ahora lo sé, que mi abuelo es un buen abuelo, en realidad mi abuelo es el mejor abuelo que puedo tener.










Gracias abuelo por haberme hecho tan feliz

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